Navidad, anunciada Navidad

Navidad, anunciada Navidad

La Navidad tiene varias versiones, dependiendo de la edad. Los pequeños la viven con tres palabras «me lo pido». Para los demás: «Pesadilla en Nochevieja: cuñado Edition», «Sé lo que hicisteis en el año 76 y lo pienso contar aunque te dé vergüenza», o «mamá, es que van todos».

Sí, yo también soy como el Almendro, vuelvo a casa por Navidad. No tenía yo pensado meterme en faena, pero buscando inspiración para un guión infantil, empezaron a salirme anuncios de Navidad en Youtube, y ya sabes… Una cosa llevó a la otra.

El caso es que sin ser muy fan de la Navidad, hay ciertas cosas que se tienen que hacer sí o sí. No son negociables. El Belén, por ejemplo, es una de ellas. Una de esas cosas que para el puente de diciembre teníamos mi padre y yo que montar, con oveja coja (por pura inspiración milagrosa, claro, yo no tuve NADA que ver) incluida. O mi madre y los villancicos desde el primer día en el que hacía frío, o eso de tener el Belén en la chimenea todo el año. Qué remedio.

La Navidad se divide en etapas, y en edades.

La Navidad de los niños

Llenos de ilusión, de inocencia y de imaginación. Los pequeños de la casa solo entienden de una cosa «me lo pido». Da igual si no es para su edad, si es rosa, si vuela o si lleva un gritón de pilas de esas para abrir la cabeza a más de uno. Me-lo-pi-do. Y punto. Hay cartas a los Reyes Magos que harían de Shakespeare un auténtico aprendiz. Además, ellos siempre se han portado bien, lo de las trenzas en las orejas al perro, eso eran fruslerías sin importancia.

El mejor subtítulo que se precie en los anuncios de juguetes: Pilas no incluidas.

Esa frase: «pilas no incluidas«, puede legar a dar tanto miedo como el: «tenemos que hablar«. Sabes que como en la carta haya un par de juguetes de esos, lo vas a pasar mal, va a doler y mucho, sobre todo, como se te olviden las pilas. Porque justo era ese el juguete que quería estrenar primero. Murphy Dixit.

Claro, todo esto viene por nuestra culpa. La de los de publicidad. Que somos los que bombardeamos hasta en el Cola Cao a los niños. Y aquí me acaba de llegar el dilema. No me lo puedo creer. ¡¡¡Cola Cao llegó a regalar un subbuteo en el 82!!! Y yo pidiendo una Bati-Cao, ¿en qué estaba yo pensando? ¡Me lo pido!

A ver, no vamos a echarnos las manos a la cabeza, que yo tenía (y aún, creo, lo sigo teniendo) el Pro Action Football. O lo que es lo mismo, la edición moderna de las chapas de toda la vida. De esas ya no tengo, pero algún día volveré a hacer la de Perico (la de las rondillas), la de Gordillo (esa llevaba un pegote de cera) o la de Míchel (esa siempre era la de los trucos y los tiros a rosca).

El problema de los que somos hijos únicos es que, por mucho que queramos, y yo lo intentaba con ahínco. Lo de los juegos de mesa es una pérdida de tiempo. Así que, más allá del Trivial 2000, los Juegos Reunidos Geyper, el Superpoly o ya algo mayor el Hotel. Nunca fueron mi juguete estrella en la Carta a Sus Majestades.

Nadie pensó en el peligro de dejar que los niños jugasen a la Ruleta, inocentes…

 

Imaginación al poder, también de los anunciantes

Yo era más de Lego, de la Chabel, o de las consolas. Un poco de Mario por aquí, un poco de Sonic por allá. Y Guybrush Threepwood, mi amor platónico. Nunca pensé que un muñeco con nombre de pincel, pudiese calarme tanto. A día de hoy, aún sigo buscando mi pollo de goma con polea. A lo que iba, si hay algo que me apasiona de los niños, es esa inocencia, esa imaginación. Aunque ahora nos empeñemos en llenar de efectos y postproducción los anuncios, era maravilloso ver esa mano guiar una nave espacial, espera, ¿mano, qué mano? ¿Alguien ha visto una mano? No sé de qué me hablas.

Quisiera terminar esta etapa mencionando un anuncio que me ha dejado marcada. Sin palabras. Es decir, tengo una cosa clara, antiguamente no era necesario hablar de emociones para vender algo. Lo soltaban ahí, como a Tarzán en la selva, y que se pelease él solito con el resto del lineal. El esquema era básico: definir categoría de producto, en el mejor de los casos explicar cómo se usaba y repetir el nombre hasta la saciedad. Pues algo así debieron de pensar en Feber cuando lo lanzaron, y no voy a decir más, porque hacer un spoiler de semejante atrocidad jugueteril sería un crimen igual al del juguete en sí. Vean y juzguen queridos lectores.

Es igual que un yo-yo pero hace pío pío. Insuperable.

La Navidad de los no tan Niños

Una vez pasada la época de la candidez, en la que desde el balcón de casa juras haber visto a los Reyes en una estrella fugaz. Llega la adolescencia, que a veces se estira casi hasta la treintena. Un época complicada, sin duda. Porque no quieres renunciar al «me lo pido», obvio, ¿quién puede renegar de los regalos alegremente?

Pero empieza otra guerra: Nochevieja. Es el momento de la negociación, que nada tiene que envidiar a las cumbres del G-20: ese vestido es muy corto, quién dices que es ese chico, por ese precio pago la entrada del coche de tu hermano… Suma y sigue.

Por si fuera poco, cuando ya «creces«, Navidad es ese momento en el que todos tus profesores se han vengado del primer trimestre. Trabajos, exámenes, más trabajos. Disculpad, queridos profesores, hoy os voy a enseñar una nueva palabra: vacaciones. De nada.

Sin duda, lo peor de las Navidades como adolescente es que estás en medio. Obviamente y como no podía ser de otra manera, eso hace que cobres por todos los lados. No hablo de las propinas de los abuelos. Las cenas son lo más parecido a Pesadilla en Elm Street. Primero, porque siempre tienes a alguien que insiste en lo poco que has comido, tras parecer Obélix en las Doce Pruebas.

Lo malo no es el momento de la comida, no, lo peor está por llegar. Es ese instante en el que alguien se pone a recordar. Estás perdido. Todo son risas y lágrimas, hasta que alguien te mira, y a cámara lenta le ves coger aire y abrir los ojos. Se acabó. Game Over. ¿Os acordáis cuando…? Ahí ya quieres ver la salida de emergencia, emigrar a Alaska, hacer un túnel directo a las Antípodas. ¿Por qué? Claro que si de adolescente es malo, ya no os quiero decir cuando llega el día en que llegas con tu pareja por primera vez, y al anecdotario llegan las fotos de la vergüenza. No hay tonos de rojo para describir el momento situación.

La Navidad de las cenas. La Historia Interminable

Este cuento de Navidad ya va tocando a su fin, pero no podía dejar pasar el momento de la Navidad de los mayores. Ese que como niño, no terminas de entender, como adolescente no quieres ver, y como adulto… La Historia Interminable.

Sea como sea, en Navidad, hay una lotería que siempre toca. El momento de juntarse todos en familia, hablar de cualquier tema inocente, alabar a quien haya cocinado. Todo parece inocuo, como un niño en la mañana de Reyes viendo que los camellos se bebieron hasta la última gota de cognac (y papá y mamá siguen en la cama). Mentira. Está esperando como un tigre de Bengala. Agazapado. Aguarda al momento justo.

Llegó la pelea. ¿Qué sería de la Navidad sin esa discusión? Sin ese cuñado que lo sabe todo, sin ese primo que ya lo hizo antes. Sin. Sin. Sin. Al final eso parece Escenas de Matrimonio. Por suerte, existe «Sidra el Gaitero«, junto con el turrón Suchard, arreglando rencillas familiares desde tiempos inmemoriales.
No me den las gracias por el claim. Se lo dedico a mi mamá y a mi papá. Por haberme inspirado tantos grandes momentos en Navidad.

Bonus, no solo de Navidad vive el anunciante

Como siempre que me pongo a escribir hago dos cosas, la primera entrar a Youtube y ponerme, o bien cabeceras de series de cuando era pequeña. O anuncios. Hoy, he usado ambos de nuevo. A veces te sobreviene la nostalgia con recuerdos y emociones. Otras descubres pequeñas joyas (u horrorores como el Yo-Yo Pío Pío, es que me ha dejado helada). En cualquier caso, para terminar, quiero compartir uno de los vídeos que he visto en bucle para poder escribir esta entrada.

Si el Yo-Yo Pío Pío me ha dejado boquiabierta, era obvio que tendría que hablar de la muñeca «Rabietas», que lloraba «porque no tenía mamá«, el nivel de crueldad no tenía límites. Eso, hoy en día, sería poco menos que maltrato a la infancia. Esto es lo que llamaría publicidad agresiva. La niña no lloraba porque tenía hambre, o sueño, no… Lloraba porque estaba más sola que la luna, cómprala y dale una madre, ¡y que deje de llorar ya, hombre!

Claro que si vamos a hablar de atrocidades publicitarias, se lleva la palma el Jingle de Abanderado. Cumple con todos y cada uno de los principios de un texto publicitario, se pega, se recuerda, llama la atención. Sí, lo tiene todo. Lo único, es para salir corriendo, con Abanderado también, eso sí.

Y, por si no habéis tenido bastante, os dejo con un poco de la música que sonaba en mi casa durante este Regreso al Pasado.

Como ya es diciembre, ya puedo decirlo. ¡Feliz Navidad!

 

¿Qué le vais a pedir a los Reyes?
Si alguno se acuerda, por favor, que me eche en su casa la Bati-Cao.

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