01 Feb Cuñas de radio, el desafío de los atascos
Las cuñas de radio son de los anuncios más molestos que puede haber, repetitivas, estridentes, y siempre llegan cuando menos las quieres. Pero en el fondo, mi vida no sería igual sin ellas.
Cuando digo que mi vida ha estado marcada por la publicidad, además de mi trauma por la Bati Cao, no es ninguna broma. En casa la publicidad estaba tan presente, que hasta sabíamos si llegábamos tarde o no, en función de los anuncios. Los anuncios de la radio son mucho peor que los de la tele, sin duda. Al perder la imagen, te toca hacer trabajar la imaginación. Si no quieres que te corten la peli, imagina que te corten tu canción favorita. Y frecuentemente estás escuchando la radio mientras haces otra cosa, para que te haga compañía.
Locutores para cuñas de radio
Como ya hablé hace un tiempo, dejé mi querido colegio de toda la vida para irme a Madrid a terminar mis estudios preuniversitarios. Al principio iba con mi padre en tren, pero el buen se apiadó de su pequeña, y me regaló media hora más de sueño alquilando una plaza de garaje entre su trabajo y mi colegio. Así que, aunque él se levantaba a la misma hora, yo ya no usaba despertador, si no que era él quien subía con el Cola Cao y el zumo de naranja a la voz de: «Cris, venga, cariño, que ya son las 7.30» (bueno, o un poco más, porque a él le gustaba dormir tanto o más que a mí). Y ahí que ya empezaba yo con mi música y mis cosillas. Antiguamente ponía la radio, pero en aquella época ya encendía la tele para poner la Mtv. Y es que mi vida sin música no tenía mucho sentido.
Tras mi pelea diaria por vestirme, qué mal me sentó dejar el insufrible uniforme, y habiendo desayunado mientras miraba el armario para ver si por arte de magia salía algo de ropa que no hubiera visto nunca. Llegaban los gritos de mi padre desde el garaje, primero avisaba que bajaba, luego avisaba que abría la puerta y por último que iba sacando el coche. Tras este momento ya aparecía mi madre a decirme que iba a llegar tarde, así que procuraba volar antes de verla aparecer por la puerta.
De estos trayectos guardo tres cosas en la mente, la primera: que en la rotonda de casa hay que estar siempre con el pie a medio gas, porque los espacios están milimetrados y o espabilas o tardas media hora en entrar en la rotonda. Con el consiguiente sonido de claxon e improperios de los otros conductores como banda sonora. La segunda es uno de esos anuncios que se me quedó en el cerebro. No porque fuese de una indudable capacidad creativa, si no porque si lo oíamos antes de entrar, llegaríamos indudablemente tarde. Si al salir de la rotonda, y en defecto, cualquier rato posterior, escuchábamos las Bodegas Faustino, no había problema. Ahora, como lo escuchásemos antes. Ya tenía la charla todo el camino, y se acabaron hacer deberes o repasar en el coche. Y por si eso fuera poco, encima tenía una nota del bedel (y el tutor) de mi incipiente retraso. Así que el buen hombre que nos contaba la tradición de Bodegas Faustino y Faustino VII acabó siendo como de la familia para mí.
La radio para los que estudiábamos con música
Lo cierto es que conquistar al oyente en la radio es aún más difícil que en la tele, aquí también puedes hacer zapping. Y por si fuera poco, solo cuentas con un sentido puesto en el mensaje que te están mandando. Y a veces, ni eso, porque como te hagan una pirula en el coche, ¡arde Troya! Eso, para los que la escuchan el coche, claro. Porque viajando un poco más atrás en el tiempo, recuerdo de bien pequeña, antes de que empezase a pulular por la casa para hacer los deberes. Cuando tenía mi propio cuarto de estudio, tenía una minicadena en la que siempre había música. Pues descubrí que, aunque no siempre me ayudase a concentrarme, al menos cumplía su misión de aislarme del resto de ruidos de casa (el loro, el timbre o mi madre por teléfono con su «¿No me digas? ¡Dime, dime! y ¡¿No será verdad?!»)
Y bueno, aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, pues ya ponía una cinta de cassette para grabar, y hacer mis Cris’ Greatest Hits. Y sus chorrocientos volúmenes. Pero esto tenía su miga, los locutores te avisaban de que iban a ponerte la canción de moda. Hasta ahí bien, el problema venía cuando ésta entraba en antena. A veces el locutor te pisaba el inicio de la canción hablando de ella, pero lo peor no era eso, no, lo peor era cuando te la cortaba la señal de la hora… O los anuncios. Malditos anuncios. Menos mal que ponían la cancioncita de marras mil veces al día. Eso sí, a ese anuncio le crucificabas. Vamos, así te lo regalasen, no lo querías ver a menos de 100 kilómetros a la redonda. Así que ahí estaba yo afanada dándole a rebobinar cuando la canción se cortaba haciendo los deberes o estudiando. Por supuesto, cuando sabía que podría subir mi padre para preguntarme, cambiaba los 40 Principales por el cd de Mozart, no sea que las Spice Girls no fuese apropiadas para estudiar. Tampoco diré que además entre derivada y derivada bailaba todas y cada una de las canciones.
Cuando pones la radio en un atasco y solo hay anuncios
Para todos esos maravillosos atascos, los de la vuelta de las vacaciones, los puentes, o de aquellos de la casa de la sierra el fin de semana. Había tres cosas que no fallaban nunca: el atasco, Carrusel Deportivo y los anuncios. Además, como aquí estamos mezclando fútbol y radio se producía un curioso fenómeno. Mi padre se volvía sordo. Por lo que oía los partidos de los domingos por la tarde hasta el del peaje. Por un momento parecía que el Buitre era él. Y había que callarse como fuesen a poner un centro por la banda, no sea que desconcentrásemos al rematador mientras repasábamos las tablas de multiplicar, los ríos de España o las reglas de ortografía.
Así que los viajes eran toda una aventura, entre la Guía Campsa, porque el TomTom es muy moderno. Los camiones. Las curvas. Nos hemos perdido, hay que buscar un buen Samaritano al que preguntar. Y los anuncios de la radio… Vaya viajecitos.
Hasta que pude ir con mi propia música en los oídos, tuve que hacer arduas negociaciones con mi padre. Es decir, como la antena pillase señal de radio, se acabó la música o los chistes de Marianico el Corto. Y ya estaba el locutor de siempre, con la misma historia. Pero vamos, que esto no solo era algo que me pasaba de pequeña, hoy ya en mi propio coche se repite la misma historia. De esto que no has metido música en el móvil nueva, o te has equivocado de cd y pones la radio. ¿Y qué es lo primero que oyes? Pues que en Canalcar compramos tu coche. Al final, cuando llegas a la estación y vas a comprar el billete, lo primero que te sale es eso mismo. Y ya te das cuenta de que no era eso lo que querías y le pides muerta de la vergüenza uno a Nuevos Ministerios.
¿A ti también te traumatizaban en el coche tus padres? Por cierto, si tienes una Bati Cao, escríbeme, tenemos mucho de qué hablar.
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