El Corte Inglés, toda una vida marcando el calendario

El Corte Inglés, toda una vida marcando el calendario

Esta mañana al levantarme he observado una escena dantesca. Parecía que había pasado un tornado por mi cuarto. Podría decirse que son los daños colaterales de hacer una mudanza de una casa con 35 años de historias. Y me ha venido a la mente una frase muy utilizada por mi madre antiguamente, en lugar de la típica: «esto parece una leonera«. En mi casa se utilizaba «eso parece Saldos Arias«. Así éramos todos. Pero esta no es la única, también cuando algo no era de muy buena calidad «parecía de SEPU«. O cuando íbamos a comprar y quien atendía era un poco borde «seguro que viene de Galerías Preciados«. Con esto, lo único que quiero decir, es que éramos de El Corte Inglés.

La empresa que empezó siendo una sastrería pequeña en Sol, a base de dominar todas las Ps del Marketing de antaño (véase: Producto, Precio, Promoción, Personas, hoy hasta doce y al final serán infinitas, las Ps de Pi) se convirtió en el gigante que es hoy. Tan grande, que se ha permitido decirnos cuáles son las estaciones del año. Aunque a veces patinen más que Montes de Oca.

Aunque ni he conocido SEPU, ni Saldos Arias. Sí que toqué un poco de refilón Galerías Preciados. Pero mejor que mi madre no oiga esto, porque me crucifica. Creo que Isidoro Álvarez la felicita personalmente los cumpleaños, y en el de Sol tienen una foto de ella al lado del empleado del mes. Es más, recuerdo de pequeña que en determinadas secciones la conocían con nombre y apellidos. La verdad es que el Corte Inglés ha sabido hacerse un hueco a base de trabajo, estuvieron a punto de patinar cuando vieron que la edad de su público objetivo crecía y los jóvenes apostaban por el Grupo Inditex, pero reaccionaron a tiempo. En cualquier caso, en casa hemos sido siempre del triángulo verde para todo. Era como una garantía.

De pequeña tenía la malísima costumbre de ponerme mala cada dos por tres. Sí, se podría decir que de siete días a la semana, seis los pasaba mala. Eso o que el colegio no era mi sitio preferido al que acudir cada mañana. Qué ironía de la vida, que a mi edad, ahora voy más que antes, y sin trabajar allí. En cualquier caso, mi afección preferida era la amigdalitis (las anginas, vamos), con unas fiebres de caballo. Por lo que mi adorada pediatra, María Jesús, recomendaba siempre una inyección que dolía como si me cercenasen un cachete y reposo en casita.

Claro, en primaria mis opciones de ocio eran limitadas. Por eso Barco de Vapor me quiere tanto como el Corte Inglés a mi madre, y tengo fotos de Gosciny y Uderzo en mis álbumes familiares. Tras leer cualquier cosa que tuviera entre manos (también la etiqueta del champú). Empezaba la rutina del pediatra. Salíamos de ver a María Jesús con las lágrimas aún frescas del antibiótico intramuscular, y bajábamos a ver a Laxmi. Mi decomiso de confianza. Una especie de Apu en Alonso Cano. Tras veinte minutos de ver todos los cartuchos de la vitrina, porque con el dolor me costaba decidirme. Por fin elegía mi preciado tesoro.

De ahí subíamos calle arriba hasta llegar al Corte Inglés de Generalísimo (Nuevos Ministerios para los centenials que no tienen abuelos ni familia en Madrid). Donde llegaba el mejor momento de la tarde, el videojuego ya iba en la cartera de mi padre, custodiado a prueba de malhechores. Como si fuese un lingote de oro.

La mítica cafetería de El Corte Inglés

Ahora era la hora de merendar. Y ahí estaba lo mejor. Las tortitas del Corte Inglés. Mucho antes de que llegasen las del Vips, aquí estaba el auténtico placer. Te ponían el plato de tortitas con un montón de nata (que yo tenía que pedir aparte para que se la tomase mi padre por mi alergia), y los tres siropes: chocolate, caramelo y fresa. El de fresa, con color intenso rojo, dulce como él solo. El de chocolate, que podía comerme a cucharadas. Y el de caramelo, que psé, era el que siempre estaba más lleno en las tres jarritas. (A todo esto, nosotros teníamos las mismas, pero para guardar el azúcar, y menuda gracia cuando se cristalizaba). Así que ahí estaba haciendo mis pinitos a lo Dabiz Muñoz, mezclando fresa y chocolate. Comiendo a dos carrillos. Misteriosamente para eso no me dolía la garganta y tragaba con fruición.

Con el estómago lleno, el premio gordo, tocaba dar una vuelta por el Centro Comercial. Los días de Oro, que cada vez son más, y al final eso parece el mes del Rey Midas. La Semana de China, de Italia o la Primavera del Corte Inglés. Cualquier excusa es buena, y mi madre lo sabía. La sección de mujer, de niña, de hogar, el tiempo se para dentro (por eso no tienen relojes a la vista, para que pierdas la noción y lo veas todo, todo y todo).

el corte ingles ministerios

Foto: globalasia.com

Y, por supuesto, el Supermercado. Eso era el paraíso gastronómico. Ahí descubrí las Pims, y hasta las Oreo. Se acabaron las Galletas María, simples. Solo sobrevivieron las Tosta Rica (para mi madre Costa Rica, y para mi padre, LAS GALLETAS), porque en Cola Cao, caliente o frío, machacadas cual papilla eran mi manjar preferido. Mucho más cuando estaba mala y no quería comer (puntualizo, aún comía menos que habitualmente, por lo que si la niña quería galletas, galletas comía). Había que hacer que bajar al pediatra no fuera un trauma. Ciertamente recuerdo a María Jesús con mucho cariño. Y todo ese viaje a Madrid era una fantástica aventura para mí.

Es más, al principio bajábamos en tren a la doctora. Que menuda aventura el Cercanías para la niña. Había asientos que se movían de un lado a otro. Pero lo mejor no era eso, si no cuando mi padre me decía que mirase los ciervos por el Pardo, como loca pegaba la nariz al cristal buscando a Bambi. Porque, amigos míos, Bambi y su madre (que yo nunca me creí que nadie la matase, Disney deja de crear traumas ya, hombre) vivían en el Pardo.

Así que en cada viaje a la ciudad me dedicaba a ver si también estaba Tambor, pero lo mejor eran esos tipos gordos, con pelo duro y colmillos enormes. Los jabalíes, anda que no me costó aprender su nombre. Pasaba rápido de Bambi a Asterix y Obelix, y los veía a todos por el monte madrileño. Luego me pasé años queriendo comer un estofado de jabalí a la menta, como Obelix, pero eso es otra historia.

Cortylandia, iluminando la Navidad

Como iba diciendo antes de perderme por los viajes en tren. Estábamos en el Corte Inglés de Nuevos Ministerios, que sin ser el territorio habitual de mi madre. Ella es famosa en Sol, y siempre quería hasta la Luna. Cada vez salíamos con más bolsas camino del tren. Por lo que al final, mi señor padre optó por bajar en coche, y dejamos de ver a Bambi. Sin embargo, la fachada del Corte Inglés de Ministerios se convirtió para mí en una referencia, y no solo del cambio de la estación. Si no que empezó a surgir en mí una especie de fascinación por tamaños anuncios de publicidad. Más o menos como Cortylandia o el Trenico de Goya.

 

El Corte Inglés lleva en mi vida desde que la recuerdo como tal. Sin ser muy fan de Cortylandia, nunca me han gustado las grandes aglomeraciones. Sí lo era del trenico. Sí, trenico. Tenía mi padre un gran amigo navarro que vivía al lado del busto de Goya y en Navidad íbamos a montar a ese tren. Que no sé si sería o no el que aparecía en la intro de Barrio Sésamo, pero para mí lo era, y punto. Así que al final, El Corte Inglés ha marcado mi vida en todas las estaciones del año. No solo en la primavera del Corte Inglés.

 

¿Cuál es tu sirope preferido para las tortitas? Porque no me creo que no te gusten. Por cierto, si tienes una Bati Cao, escríbeme, tenemos mucho de qué hablar.

 

Si te ha gustado esta entrada, no te puedes perder: Cuñas de radio, el desafío de los atascos.

 

2 Comments
  • José Ángel
    Posted at 23:58h, 06 marzo

    Fantástico texto, el corte inglés para mí es como un salvavidas cada vez que tengo que hacer un regalo…….ups.

    • La Becaria
      Posted at 16:59h, 07 marzo

      Si solo fuera cada vez que tienes que hacer un regalo… Recuerdos desde el Corte Inglés de Lisboa, el de Gijón, y porque en EEUU no hay también! Gracias por lo de fantástico, un bratso!

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